Todos pasamos por momentos en la vida en que la realidad que nos hemos forjado de golpe deja de ser como era. La familia está en constante evolución, ya que todos los miembros pasan por distintas etapas que llevan implícitos cambios en las relaciones forjadas entre ellos, y con el mundo que les rodea. Es un hecho normal y sano para el cual hay que estar preparado.

En consulta suelo encontrarme a personas que no saben cómo asumir dónde están en ese momento en que la vida da un cambio de rumbo, y por tanto cuál es el papel que le corresponde ocupar en la actualidad. Hay desorientación.

Algunos de estos cambios son la llegada de un recién nacido, la emancipación de los hijos- o síndrome del nido vacío-, muertes, enfermedades o el momento de la jubilación, entre otros momentos en que la dinámica familiar cambia por la evolución personal de uno o varios de los integrantes del núcleo familiar.

La sensación que se tiene en estos momentos, donde uno se siente en tierra de nadie, se vive como vacío, tristeza, ira, rabia, incomprensión o dificultad para encontrar el sentido de la vida, entre otros muchos sentimientos.

Hay que tener claro que implica ‘un duelo’, ya que ya no se es el que se era y/o la situación es totalmente diferente.

Estos cambios generan en algunos casos crisis personales, al ser difícil el reubicarse ante las novedades acontecidas.